Un nuevo día
Un nuevo día acaba de parír sus primeros destellos baja la influencia de una recién estrenada estación. Hace sueño, demasiado para hacer algún intento de despojo textil sobre un lecho que se muestra indiferente, una vez más, a mis delirios de noctámbula descreída. Con precisión felina, me dejo caer sobre ese áspero suelo de parqué que llora sus vestiduras de antaño, cuando todavía podía reflejar mis bostezos sobre su lomo reluciente. Arrastro mi complicada forma humana hacia el lavabo y limpio mis pecados con el agua más pura que encuentro disponible a esas horas tan pasadas de fecha, donde las calles aguardan en silencio los primeros ruidos de la rutina, donde el aire se despereza a lo largo de las avenidas en forma de aprendíz de viento huracanado, donde la vida agazapada por sus temores va saliendo de su escondrijo y amenaza con brotar de sopetón a golpe de sirena, donde la maquinaria recién engrasada se dispone a arrancar sus viejos motores, donde todo comienza para volver a terminar...
Mastico con descarada parsimonia la idea de emprender el vuelo, pero me acosan las dudas a preguntas que no estoy en disposición de responder y quizá, no exista una maldita contestación que sacie su sed de relativizar los problemas para seguir tirando, pero está claro que por este camino no se puede continuar, las piedras obstaculizan el tránsito y cada vez se vuelve más angosto, más fangoso. Estrujo mis pensamientos como si quisiese extraerles su zumo, concentrándome en cada recodo, para que ninguna partícula se disuada de mi labor desempeñada con disimulado rigor científico. Paladeo su sabor a desconcierto y me doy cuenta de que no tienen sal. Le falta lo esencial para que puedan apasionarme. Además de su carencia en sódio, están desprovistos de sentido y se aglutinan en mi paladar con cierto desorden. Enjuago mi boca con tímidas promesas y con ello se evaporan los escasos efluvios que emanan de este escueto desayuno, que más que sabor a gloria, me ha sabido a mucha pena...