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Excesos

Excesos

En estado de somnolencia trás el incremento de ingesta etílica con respecto a la Noche buena del pasado año. Ha sido menos del que una barra libre puede proporcionar (aunque la calidad es un punto a favor) pero más de lo que mi hemoglobina puede transportar. Yo creo que los hematíes hacian rallyes por mis venas, donde no hay limitaciones de velocidad y todavía no se ha colocado ningún rádar que controle la circulación de leucocitos pasados de copas. Son unas risas los juegos de mesa (sobre todo el Trivial o el Monopoli) cuando tu visión comienza a querer engañarte y tu cuerpo aumenta su nivel de flotabilidad. Lo mejor es que todos los jugadores cojeábamos del mismo pie, unos con whisky, otros con colonia gyn y con vodka servidora. El rodaballo de la cena, me sabía un pelín rarito, mi lengua ya no estaba para muchos trotes.

Mi estómago no es menos y se ha querido sumar a los excesos, en un alarde de capacidad suficiente como para almacenar una cria de búfalo. Mi índice hipocalórico roza el cielo con las manos sin ponerse de puntillas. Parece que he decidido competir con Michelín y creo que me gana tan sólo por milímetros en la zona lumbar. Comienzan a agolparse los propósitos en mi inconstante conciencia y mi falta de toda voluntad está desperezándose y limpiándose las legañas, para poder iniciar la dieta de la alcachofa.

Lo primero que haré en cuanto pise suelo vasco, es invertir en deporte. Unas buenas sesiones de gimnasio y un veto en la estantería de las grasas saturadas y la bollería industrial en el Eroski, es todo lo que necesito para ponerme macizorra. Ya no es tanto el querer deshacerme de esos molestos kilos de más, cuanto el reafirmar y tonificar esa incipiente flaccidez que si la dejas se convierte en tu peor enemiga. No quiero llegar al punto de que cuando me abracen se tenga la misma sensación que podría darse al achuchar una montaña de gelatina... 

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