Desidia
Estabas en primera línea de mis pensamientos, pero te he relegado a un inmerecido quinto puesto. Tu inexplicable pudor me desespera, casi tanto como las nuevas tecnologías que se empeñan en hacer de mí una políglota forzosa. Me siento como una turista en tu propio cuerpo, nunca encuentro un rincón que me acoja desinteresado y me siento presa de mi instinto depredador a tu lado. Escribo porque me evado, para olvidarme de tus silencios incómodos, de las heridas que me provoca el amargor de tu mirada, de tus vacios, de tus miradas...
Somos importancias relativas en un mundo de perros pillados in fraganti. Elevamos al infinito casi sin querer, sin darnos cuenta de que el verdadero paraiso está aquí en el suelo, bajo nuestros agrietados talones. La inmediatez de los puntos y a parte, me hace pensar que nada merece la pena, que jugamos a ser kamikazes con la autoestima etilizada, en un mundo que nos lo consiente todo. Sería precisa una bofetada, breve, crujiente, de esas que despiertan al alba y permanecen en el recuerdo, para replantearnos si este es el camino correcto o debemos coger la primera desviación a la izquierda. Pero... quién sabe distinguir las direcciones prohibidas en este caprichoso entramado de sonrisas hipócritas, lágrimas artificiales y verdades disfrazadas.
Por pura inercia he decidido pasar de página en esta bitácora. Supongo, que escupiendo palabras a un viejo monitor al que la pereza ha abierto sus puertas correderas de par en par, me sentiré mejor persona... funciona, no, no funciona esta vez. Dejaré que afloren mis remordimientos en forma de partículas hidrófilas sobre papel de aluminio. Hoy me puede la desidia más que la rutina.
Apuro mis últimos días de vacaciones, ya queda menos. La verdad es que no hay nada como el dulce hogar y aunque aparentemente se olvide con el paso del tiempo, siempre se tiene en mente.
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